Mario Andretti personificó el sueño americano, un inmigrante que vino a la tierra de la libertad y de los valientes y logró fama y fortuna. Pocos pilotos de carreras han conseguido tanto, y pocos de ellos han compaginado el estrellato con una agradable forma de ser y un encanto tan natural como el talento necesario para alcanzar el éxito en las carreras.
Las carreras se convirtieron en su estilo de vida, siempre decía que había nacido para correr y, sin embargo, las circunstancias en los años de formación de Mario Andretti le forzaron a tomar un complicado camino para alcanzar sus metas. Mario y su hermano gemelo, Aldo, nacieron el 20 de febrero de 1940. La Segunda Guerra Mundial hizo estragos en su lugar de nacimiento en Montona, un pueblo cerca de la ciudad portuaria italiana de Trieste. Sus primeros siete años de vida los pasó en un campo de evacuados, donde la familia Andretti sufrió condiciones de hacinamiento extremo y escasez de alimentos. Cuando terminó la guerra, la parte de Italia donde su familia residía pasó a formar parte de las tierras comunistas, pasando a formar parte de lo que se convirtió en lo que entonces era Yugoslavia. Los Andretti se mudaron a Lucca, donde el joven Mario conoció la Fórmula 1, deporte que se convertiría en su pasión.
Él y su hermano solían escaparse a disfrutar de las carreras de coches cerca de la famosa Mille Miglia donde se celebraba la prueba de las mil millas a través del paisaje italiano. Pero lo que realmente capturó a Mario fue una visita al Gran Premio de Italia en Monza en 1954, donde quedó eclipsado por las imágenes y sonidos de los exóticos coches de Fórmula 1 de los Lancia, Ferrari y Maserati, y se quedó hechizado por las hazañas heroicas de los pilotos de la época, tales como Juan Manuel Fangio y Alberto Ascari. Fue precisamente este último el que se convertiría en el ídolo de Mario y aunque quedó perturbado cuando el gran campeón italiano falleció en Monza en 1955, Ascari siguió siendo su fuente de inspiración y su modelo a seguir.
En el mismo año de la muerte de Ascari, la familia Andretti emigró a América en busca de una nueva vida. Para los chicos esto significó el poder buscar la manera de participar en pruebas de automovilismo, que cerca de su nuevo hogar, en la ciudad de Nazareth, Pennsylvania, podía practicarse en los peligrosos óvalos de tierra. Cuando Mario y Aldo cumplieron lo 18 años comenzaron a competir en carreras, al volante de un Hudson Hornet preparado por ellos mismos. En una de las carreras, en 1959, Aldo tuvo un accidente y resultó gravemente herido, después de aquello, nunca volvió a correr. Pero Mario siguió pilotando el mismo coche, a menudo varias veces por semana, a veces hasta cinco carreras en un día, y cada vez con más éxito. Después de haber crecido como piloto en los óvalos de tierra, Andretti conquistó el gigante de las carreras americanas, ganando la famosa Indianápolis 500, y lo hizo en varias ocasiones. Su versatilidad le llevó a cosechar éxitos en casi todas las modalidades automovilísticas disponibles en América (ganó el Daytona 500 para automóviles y las 12 Horas de Sebring de deportivos), pero aún tenía pendiente el paso a la categoría que le cautivó, las carreras de Fórmula 1.
En Indianápolis, en 1965 (cuando terminó tercero en una carrera ganada por Jim Clark, en un Lotus) Andretti se prometió a sí mismo que pilotaría un coche de Fórmula 1. En 1968, Andretti, hizo un sensacional debut en la Fórmula 1, calificando su Lotus 49 en la pole position para el Gran Premio de los EE.UU. en Watkins Glen. Chapman, propietario de la escudería Lotus, estaba dispuesto a ofrecerle un coche de Fórmula 1 por una temporada completa (en sustitución de Clark, que falleció a principios de ese año), pero Andretti no estaba dispuesto a abandonar la seguridad de su, por entonces, muy lucrativa carrera en América y por lo que sólo participó en ocasionales salidas de Fórmula 1 cuando sus otros compromisos se lo permitían. En los años siguientes sus apariciones en la Fórmula 1 (en Lotus y Parnelli) fueron esporádicas y no concluyentes, con la notable excepción de 1971, cuando firmó con Ferrari para una temporada completa en los dos deportivos (donde ganó varias pruebas con el copiloto Jacky Ickx) y en la Fórmula 1, donde ganó rápidamente su primer Gran Premio, en el sur de África. En 1976, Andretti finalmente decidió concentrarse en la Fórmula 1, aunque en el momento su decisión de unirse a un equipo de Fórmula 1, Lotus parecía un camino poco apropiado para llevarle a lo más alto.
La relación entre Andretti y el jefe de Lotus, Chapman era poco fluida, pero finalmente se estableció una relación similar a la de la asociación Clark-Chapman, que resultó ser tan productiva como en el pasado. Aunque Andretti tuvo entre manos un impredecible Lotus 77, aterrador para pilotar, logró una trascendental victoria en la carrera del final de la temporada de 1976, en el Gran Premio de Japón en Fuji. Esta primera victoria en cinco años para Lotus inspiró a Chapman para desarrollar el coche de 1977, el Lotus 78, con el que Andretti ganó cuatro carreras. En 1978, con seis victorias, cinco de ellas con el innovador Lotus 79, Mario Andretti se convirtió en el nuevo Campeón del Mundo de la Fórmula 1.
Posteriormente, Chapman perdió el rumbo y sus coches dejaron de ser competitivos, y después de dos temporadas improductivas, Andretti se trasladó a Alfa Romeo, donde pasó otros dos años más en el dique seco. Después de esto, dejó las carreras de Fórmula 1 y regresó a las carreras en Estados Unidos. Sin embargo, el atractivo de su primer amor por la Fórmula 1 seguía siendo fuerte en Andretti y no pudo resistirse cuando Enzo Ferrari le propuso hacer una última aparición, como invitado, en 1982 en el Gran Premio de Italia en Monza. Allí, en el circuito donde quedó invadido por la fiebre de la Fórmula 1 como un adolescente impresionable, a los 42 años de edad, consiguió clasificarse para tomar la salida del Gran Premio desde la Pole, y acabó la carrera en tercera posición.
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