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Un circuito es básicamente una metáfora de la vida que nos envuelve. Muchos podrían reclamar que su vida es una etapa de rally, con cosas nuevas apareciendo a cada instante, pero si observásemos con ojos objetivos, veríamos como repetimos las mismas curvas a cada tanto. y si observásemos con ojos todavía más atentos entenderíamos que todas las curvas se repiten.

No por acaso las dos mejores escenas de Ben Hur son sobre carreras. Ben Hur es una película perfecta sobre eso. Parece ser una jornada, pero en realidad es un aprendizaje sobre las mismas cosas. El primer enfrentamieno con Mesala, en el cuartel del recién llegado, se repite en el subterráneo del coliseo, pero Ben Hur ya no es el mismo, ha cambiado. En la largada, el joven Ben Hur es un apasionado que cree que estamos todos corriendo contra todos, un defensor de la paz, pero todavía un confrontador nato. 

Ya en el coliseo, es un entendido de que su contrincante no es su enemigo: es un pobre hombre que va a sentir miedo hasta el último instante de su vida, un miedo paralizante de ser sobrepasado. Y si Ben Hur es una película sobre superación y evolución por medio de la inmersión repetida en las mismas experiencias, es porque es una película sobre un circuito. El circuito que todos estamos recorriendo.

Todo buen piloto sabe que en realidad no estamos corriendo solos. Estamos siempre corriendo contra nosotros mismos. En el circuito vacío, aceleramos contra nuestros miedos, no vemos bien el final de la recta, frenamos tarde, perdemos el trazado, salimos de la curva un poco por fuera y tenemos que tener la humildad de aceptar una pequeña desaceleración antes de retomar, pues el error no importa: una siguiente curva nos espera. Una vuelta después, hemos aprendido... o no.

Un buen piloto está siempre corriendo contra sí mismo, contra el fantasma de su mejor vuelta. A cada esse que enfrenta, puede borrar ese fantasma al inscribir uno nuevo, o someterse a su condena imperdonable. A cada vuelta en Mónaco, el piloto necesita ante todo creer en sí mismo, porque va a ver la calle estrecha llena de rookies, el aire legendario de procesión de carros, los edificios altos, demasiado altos; y puede ser derrotado no por sí mismo, sino por el fantasma de aquellas cosas que no pueden ser.

Me gustó ver a aquel que no puedo nombrar, remontar desde el fondo de la parrilla, creer en sí mismo, llegar a la zona segura de los puntos. Me agradó ver la humildad de Robert Kubica al disculparse por no haber hecho una buena largada, a pesar de que todos sabemos que se comportó como un héroe. Me encantó la alegría de Vettel, festejando a su buen e injusticiado amigo, allí en lo más alto del podio. Pero también ví a un Barrichello que todavia no encuentra su carácter, lanzar el volante al piso apavorado, y a un Michael que a pesar de no haber hecho nada realmente malo, continua persiguiendo el fantasma de lo dudoso. 

¿Quieren saber quien fué para mí el héroe del dia? Jaime Alguersuari, que luego de bajarse del carro, se dedicó a explicarles a los periodistas que el éxito de la carrera fue haber adquirido experiencia. 

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